Rendimos nuestro último adiós al cuerpo de Sor María, a la que el Señor llamó a su seno, después del regalo de una larga y fructífera vida.

Volvemos a darnos con el misterio de la vida y de la muerte y nuestra Comunidad Benedictina vive estos momentos con la tristeza que nos embarga por su pérdida irreparable, más con una diáfana alegría de esperanza en su acogida gloriosa, también gratificante por su ejemplo de santidad silenciosa, sin ruido en los claustros de nuestro Monasterio de Santa Cruz, ella con sufriente paciencia en sus últimos días, se nos fue apagando como la vela, luciendo cada vez con menos intensidad pero alumbrando.

Pedimos una oración por el descanso de su alma y por esta Comunidad  de Benedictinas, pues aunque la muerte se ha llevado a sor María sin duda su entrega será semillero de nuevas vocaciones en este Año de la Fe, que tanto nos está interpelando sobre lo que de verdad importa, siendo nuestro Señor camino y meta.